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lunes, 10 de mayo de 2010

Esto no es un suicida

Un tipo sube a lo alto de una azotea de Nueva York. Le han despedido del trabajo y su esposa lo ha abandonado por un chupatintas que gana mil dólares anuales más que él. ¡Si al menos le hubiera dejado por un multimillonario! ¡Pero, no! Apenas una miseria es lo que separa a este ciudadano anónimo de la vida y la muerte. Al menos Nueva York ofrece a los ciudadanos un último recurso para redimirse de una vida fracasada: unas vistas espectaculares, el complemento ideal para saltar no a la Spiderman o King Kong sino a lo MacDonalds, que en eso es lo queda convertido el suicida vocacional, en un amasijo de carne y sangre, un espectáculo gore que gusta mucho en las películas de zombies, y que al alcalde Bloomberg no le deja dormir porque le cuesta un pastón a los contribuyentes. Amén de los estropicios, hay que contar con la parada de tráfico, con los miles de curiosos que cesan sus quehaceres habituales – con las consiguientes pérdidas en las empresas supercompetitivas-, y el costosísimo despliegue de bomberos y policía; con los vecinos que importunan a las telefonistas y, lo que es peor, la bajada de audiencia en la televisión por un público que prefiere un espectáculo en vivo a los cada vez menos imaginativos shows televisivos. Probablemente estos espectáculos espontáneos son los únicos que compiten con las telecomunicaciones. Los viandantes dejan de jugar con sus móviles y sus Ipod, se olvidan de internet para mirar el más difícil todavía: el baile de la muerte. No es extraño, las ejecuciones públicas siempre han gozado de gran popularidad. ¡Lástima que algunos aguafiestas las hayan suprimido! Sólo lo combates de gladiadores conseguirían más audiencia.Nuestro ciudadano anónimo sabe todo esto y parece no importarle. Es un individualista sin escrúpulos que no tiene reparos en cargar sus problemas a los gastos del contribuyente. Respira hondo y escucha el ruido ensordecedor de la ciudad. Sí, por última vez. Luego... la fama póstuma.Pero, ¿qué ocurre? ¡Un tipo se le ha adelantado! Éste mira al vacío con indiferencia y guarda la estabilidad milagrosamente sin despeñarse en caída libre. ¡Qué fastidio! ¿Cómo consigue mantener el equilibrio durante tanto tiempo? Desafía al frío, al viento, al propio miedo que nos hace trastabillar y nos invita a dar la vuelta. Sin duda, un valiente.Pasan los minutos y aquel prosigue en su misma posición. ¡Esto es el colmo! Vale con que aquel tipo le quitara un poco de protagonismo... ¿Va a saltar o qué? No, no quedan bien dos tipos tirándose a la vez. Aquello en vez de un suicidio parecería un salto a la piscina. No hay más remedio, habrá que esperar el turno. Transcurren los minutos y nuestro equilibrista no se decide. Finalmente, cansado de esperar, nuestro hombre se acerca al impertinente y le toca en el hombro. Aquel ni se mueve. Está helado. En medio de la niebla, le ha parecido especialmente rígido. ¿Es la rigidez que preside la muerte? Lo vuelve a tocar y se da cuenta de la burla. ¡El suicida es una estatua de bronce! ¿Es una broma? ¿Quién tendría el mal gusto de colocar una falsificación de suicida en lo alto de una azotea? ¿Quién? ¡Bloomberg!
Siempre lo mismo. Todas sus desgracias nacen de la desinformación. Si debajo de la estatua del suicida el desaprensivo alcalde hubiera escrito esto no es un suicida, habría facilitado las cosas. Esa falta de información es la que ha motivado su despido en la Tate Gallery. Mientras limpiaba el museo ha tirado una bandeja con varias tazas, restos de café y colillas, ignorando que estaba destruyendo una obra de arte. Si hubieran puesto debajo de la bandeja: esto es una obra de arte, no se encontraría en una situación tan desesperada. ¿Cómo no se iba a confundir si había trabajado en el Museo Británico en el que se despachaban obras de arte anacrónicas y convencionales? Todavía hay esperanza. La víctima del expolio artístico, emocionada, dice que se ha cumplido el destino de su performance, que premonitoriamente se titulaba obra de arte autodestructiva e intercede por él. Le dice que buscará un hueco para clonarla. ¡Qué gran generosidad la de nuestro artista! ¿Se imaginan que Miguel Ángel se tomara con tanta resignación volver a esculpir la Piedad o el Moisés? Este gesto honra a nuestro escultor. No obstante, no basta para que nuestro hombre conserve su empleo.
Las circunstancias adversas van moldeando su mente según los nuevos patrones ultraposmodernos. Lo de la estatua suicida es una bola de nieve. Piensa en un mundo repleto de estatuas. Imagina una réplica de un policía, tan idéntica al original, tan implacable al tiempo, que disuada a los terroristas de cometer atentados, a los asesinos de atacar a sus víctimas y a los carteristas de robar a los incautos. ¿No dirige un policía marioneta el tráfico de Viena? Eso no cuela entre los neoyorquinos. Los norteamericanos demandarían un policía en tres dimensiones, algo así como los soldados de terracota chinos.
¿Cuáles serían las consecuencias? Una promesa de inmortalidad y un abaratamiento de los costes. Las estatuas, en lo alto de la azotea, están ahí para suicidarse por nosotros; y las réplicas de los policías, para crear un mundo más seguro con grilletes de mármol. ¿Se imaginan que los delincuentes también fueran de piedra? De este modo las cárceles estarían ocupadas por dobles y bastarían un par de policías para vigilar a miles de internos.
Nuestro hombre comienza a asimilar las sutilezas del arte ultraposmoderno y se compra una almohada en forma de cuerpo, conocida como dakimakura. Se une de esta forma a la legión de Oriental Lovers que le hacen la corte a sus “cojines”. Dakimakura, como una geisha sumisa, le hace compañía en todo momento. El suicida frustrado pasea con su novia-almohada por todas partes, luciéndola como quien exhibe un trofeo, y la invita a cenar a un restaurante de lujo, exigiéndole al camarero que le traiga un plato a su prometida. Pasan los meses y, una mañana, comprende que están hechos el uno para el otro. Le hace una declaración de amor y miles de personas contienen el aliento, cuando la novia-almohada pronuncia el anhelado sí quiero en un Reality Show.
Mientras tanto, en el otro extremo de mundo, en la Tate Gallery, el servicio de limpieza no tira ni una colilla a la basura por si las moscas y, cuando una mujer se despeña en una grieta artística que ha brotado del suelo, no la atienden pensando que se trata de una puesta en escena. Su marido, un iconoclasta sin escrúpulos, clamará venganza contra esta creación multicultural.
Unos días mas tarde, la obra de arte autodestructiva amplia su radio de acción y se convierte en el Museo de Arte Autodestructivo. En plena luna de miel, nuestro hombre se enterará de que el patrimonio artístico de la galería ha perecido en un pavoroso incendio. De nada le han servido al recién casado sus cursillos de arte ultraposmoderno, porque, al igual que muchos londinenses, no derramará ni una lágrima. Al contrario, celebrará con una media sonrisa la catástrofe como un buen augurio para los años venideros.

5 comentarios:

  1. Muy atinado. Me recuerda a aquel cuadro de Magritte, en el que se ve una pipa y una leyenda que dice "Esto no es una pipa". Yo creo que vivimos en la lógica de la disuasión. No se nos prohíbe hacer cosas, más bien, se nos desilusiona, de tal manera que al final pensamos que "casi que no". Como tú insinúas, las autoridades podrían hacer funcionar grupos de falsos mafiosos que asaltaran bancos, de manera que los verdaderos atracadores, desorientados por la proliferación de sus dobles, terminarían desistiendo de sus proyectos criminales. En los institutos, por ejemplo, podríamos poner a alumnos gamberros impostados, a los cuales castigaríamos continuamente, de tal forma que los demás niños aficionados al mal, se verían desbordados y se conformarían con seguir en el anonimato. Todo sería más fácil en una sociedad así, racionalizada a partir de lo que supuestamente es la negación de la Razón misma, el simulacro, todo más fácil y, sobre todo, más insulso.

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  2. No sé si tu artículo es un microrrelato o la sinopsis de una novela. Puede que simplemente sea un artículo. En cualquier caso su capacidad de sugerencia es enorme, llena de imágenes divertidas y, al mismo tiempo, preocupantes. Lo que me molesta es que Montesinos utilice el espacio de comentarios para ir pregonando ideas. Espero que no lea este blog ningún conseller, ministro o pedagogo. Sólo faltaría ya que pusieran en práctica tus fantasías oníricas. Con lo cargados que van los adolescentes a clase con sus mochilas, si encima les obligan a ir con una almohada para que se desfoguen por el camino y en el recreo, estaríamos listos, pobrecitos míos.

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  3. No sé quién te ha metido en la cabeza, David, unas ideas tan originales y perversas. Me huelo alguna mala influencia, algún amigo de sonrisa mefistofélica que conspira contra los cimientos del Estado. Respecto a los falsos atracadores y matones, pienso que aquí no hacen falta simulacros. ¿No cometen algunos políticos el asalto a mano armada? ¿No fue Stalin en su juventud atracador antes que respetable gobernante?¿No es Sarkozy un matón que ha llegado al Elíseo y Putin un gángster? Parece que una vida delictiva sea el paso previo para alcanzar alguna canonjía en algún gobierno local o estatal. No, aquí no hay simulacros. Respecto a las técnicas de disuasión a través de simulacros, ya fueron practicadas por la policía zarista y posteriormente, stalinista, para destruir movimientos contrarrevolucionarios. Algunos agentes de la GPU se infiltraban en las filas de la oposición en el extranjero, haciéndose pasar por rusos blancos, y las minaban desde dentro. Lo mismo ocurría con las manifestaciones espontáneas: algunos matones se colaban entre los trabajadores para boicotear la rebelión. Como ves, la idea tan maravillosa que has sugerido, que formaría parte de una magnífica novela de ciencia ficción, tiene su correspondencia en la realidad. No me extrañaría en el futuro ver a algunos de los matones de instituto al frente de una respetable institución, en tanto los empollones les limpiaban lo zapatos (perdona que en esto sea hobbesiano y nada roussoniano). Una última cosa. Has dado en el clavo con Magritte, de hecho estuve en la duda de poner el cuadro que mencionas como ilustración a este artículo. Magritte es para mí una constante fuente de inspiración.

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  4. Lo siguiente, Ricardo, es una batalla de almohadas, con duelo incluido, para saber quién es el merecedor del mejor peluche. ¿Os parece extraño? He visto a más de un chico con bigote e incluso barba que se enternecía con un peluche y he sido testigo de cómo se lo siguen regalando "en broma" y lo reciben con más ilusión que un móvil o un juego de ordenador. ¿Son sólo los niños o los tarados los únicos que dedican miradas tiernas a sus cojines o tiene una connotación especial eso de consultarlo con la almohada?

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  5. Lo dicho: es muy peligroso dar ideas en la red, pero, de todos modos, por mucho que uno discurra imaginándose situaciones absurdas y divertidas, siempre hay por ahí algún zumbado que las supera llevándolas a cabo. Hemos hablado de almohadones, pero mira ahora lo que han inventado unos tíos avispados. Lo he oído en RNE y lo acabo de leer en internet: "La idea de tomar fotos a los peluches frente a monumentos ha existido siempre, pero ahora Toy Traveling ha decidido hacer de esa costumbre un negocio y ofrece el servicio de tour para mascotas de peluche en Praga". No hay que reírse muy fuerte, porque cualquier día de estos vemos a algún allegado -¿a nosotros mismos? ¡horror!- enviando a nuestras almohadas a veranear a un hotel de cinco estrellas del Caribe.

    El servicio vale 90 Euros y tu peluche posará delante de hermosos monumentos, sin duda una idea de negocio original para gente que no le gusta mucho viajar pero que ama a sus peluches.

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