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jueves, 8 de noviembre de 2012

Los dioses blancos 2: el pañuelo de Stalin.



Según Ibn Arabi “el universo es un inmenso libro. Sus caracteres están escritos por la pluma divina”. Para los hombres leídos de Occidente, el mundo no tiene secretos, por el contrario cabe en los estrechos límites de un libro; el que ellos llevan consigo. El proceso es inverso al anterior. No se trata de representar el mundo como un códice sagrado, sino de hacer que este se encorsete en los límites estrechos del manual que llevan consigo. El universo es una tablilla de cera en el que se pueden escribir las conclusiones de los capítulos previamente escritos por los autores, y lo que no se ajusta a dicho molde es considerado desecho o mera diversión, lo que se aparta del asunto de su libro. Las cosas no tienen significado en sí, como parte del libro del mundo, sino de antemano, según estaba escrito en las páginas de su manual, ya sea El Capital, el Origen de la especies o la Interpretación de los Sueños.
El hombre civilizado desprecia las supersticiones de los salvajes, al mismo tiempo que puebla el mundo de demonios. Estos a veces tienen tan poca consistencia como los fantasmas de los ingenuos primitivos. El occidental se ríe de cómo el hombre primitivo considera al rayo una manifestación de la divinidad, pero interpreta un monolito como un símbolo fálico; la delincuencia, como una manifestación de la lucha por la vida; y la religión, como una sublimación de la lucha de clases.
Como contábamos en la primera entrada de los dioses blancos, en principio los protagonistas de los libros, cuyos modelos estaban inspirados en Herodoto, Tucídides o Plutarco, eran los héroes de Carlyle. En estas obras más pedestres, los personajes, al igual que los de la novela realista, son vulgares y no tienen nada de heroicos. Mientras en los  primeros se producía una sacralización de las hazañas de los héroes de la antigüedad; en estos últimos se consagraban los actos cotidianos, la banalidad.
Un acto aparentemente sin sentido- una escaramuza entre delincuentes- adquiría un significado en medio del caos: formaba parte del relato de un libro, ya fuera el autor Spencer, Darwin o Marx. No es casualidad que por aquella época, Balzac emprendiera la magna obra de la Comedia Humana. El autor francés intenta meter en sus novelas un universo con todas sus minucias; por eso los historiadores y sociólogos reconstruyen con comodidad la Francia decimonónica a través de sus libros; y es que, a diferencia de teóricos como Spencer, introducirá en su baúl todo lo que encuentra a su paso, sin dejar nada; lo que hace que la obra de Balzac sea un extraordinaria enciclopedia de la sociedad de su tiempo.
En la primera entrada de los dioses blancos hablábamos de la rememoración de los grandes héroes: Napoleón conmemora a Alejandro en sus batallas, porque él es el macedonio reencarnado; a través de estos libros modernos, por el contrario, se produce una sacralización de la vida vulgar. Pasamos de la dinámica de los grandes gestos o epopeya a la prosa de cotidianidad. La caótica y vulgar vida diaria adquiere un rostro a través de estos textos vulgares, y lo que en principio parecía obra del azar forma parte de un capítulo de la otra Humanidad, la que va a pie y no a caballo.
Pero esta Humanidad que ha desmontado del caballo requiere otros dioses. El punto débil del laicismo es despreciar la necesidad humana de lo numinoso y lo  sagrado. Una de las grandes virtudes del Cristianismo es que santifica la vida cotidiana; lo que significa que cualquier persona a través de sus insignificantes tareas diarias puede realizar un acto esencial que le franquee las puertas del cielo.
Por ello Robespierre, consciente de esa necesidad de lo sagrado, instaurará sin éxito el culto a la Diosa Razón, y comunistas y fascistas construirán una sofisticada puesta en escena colectiva, inspirada en las ceremonias religiosas. Esta persigue un fin: el culto al Estado debe infiltrarse en la vida cotidiana de la población y lo hará de la misma forma que la religión tradicional: a través de las nimiedades del día a día, como hilvanar un pañuelo con la efigie de papá Stalin en la intimidad del hogar.

7 comentarios:

  1. Amigo, Huguet, usted es un guasón. ¡Conque un pañuelo con la efigie del Padrecito Stalin! Me parece que ese detalle le habría merecido un viaje a Siberia sin billete de vuelta. ¿En qué mente cabe que alguien pudiera dejar sus mucosidades sobre tan noble estampa y quedar impune? Hubiera usted imaginado una delicada labor de bordado para enmarcar sobre la chimenea, y ahí sí que estaríamos de acuerdo. ¡Pero un pañuelo! Por menos de eso se han levantado cadalsos y se han fraguado revoluciones.

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  2. Por eso la gente se da tanta prisa luego en tirar las estatuas de los dictadores, por envidia de las palomas, que eran antes las únicas que se podían ciscar sobre los tiranos sin que les cortaran las alas. En Moscú hay un parque donde se almacenan las estatuas retiradas de Stalin y de otros sátrapas más modestos. Es un lugar decadente y umbrío como el claustro de un viejo monasterio, pero con un toquecito de cementerio de coches. Hace tiempo que estoy deseando ir por allí de garbeo.

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    1. Ja, ja, ja... Oigan, yo es que me parto. Me voy corriendo a buscar por la red imágenes de ese jardín. Qué bueno que vuelva a escribir señor Joaquín.

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  3. 1. No recuerdo en que libro sobre Stalin se mencionaba que algunos soviéticos fueron destinados a Siberia por una errata, en la que lo calificaban accidentalmente de meón (ssalin) o cagón (Stalin). No quiero ni imaginar, amigo Signes, si la efigie del padrecito hubiera sido bendecido por todo tipo de mucosidades lo que me habría llegado a pasar. No obstante, tendría una defensa: que solo lo había utilizado para enjugarme el sudor del padre de los trabajadores. ¿Qué mejor bendición para un líder socialista que ser el paño de lágrimas o de sudores de un trabajador de la enseñanza?
    2. Me alegro, amigo anónimo, de que te animes a buscar en parques temáticos soviéticos las efigies del viejo Josif. Yo te recomendaría que echaras un vistazo en un blog vecino que ha sido iluminado por la efigie del dictador georgiano en varias ocasiones: zapatos de ante azul. Uno de los más divertidos sobre el tema es Elvis y Stalin.

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  4. Entre las más delirantes ocurrencias del comunismo soviético encontramos la del premio al obrero del año, que ha creado una auténtica categoría filosófica, nombrada en honor de su más legendario ganador, el ínclito Stajanov. Como el trabajo ya no te podía hacer prosperar ni comprarle un apartamentito junto al Volga a tu mujer, siempre podías consolarte pensando que en entre los dirigentes del Partido se te apreciaba mucho por tu abnegación. Con el rival comunista ya desaparecido, el capitalismo ha decidido volver a poner de moda el asunto, nos quiere convertir al estajanovismo, trabajando mucho por un sueldo de mierda, con la variante de que aquí además no va a haber premio.

    Otra cosa, habla usted de Balzac, no me animo a leerle por la inquina que le tengo al amigo Signes, que se pone muy pesao con el gabacho en cuestión. La pregunta es muy sencilla: ¿por qué leer hoy de nuevo a don Honorato?

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    1. Tu pregunta es muy fácil de responder, aunque la respuesta puede que no le cuadre a cualquiera: porque nos gusta la literatura y nos gusta la historia. O, si se quiere: porque nos gusta cómo Balzac convierte la historia en literatura.

      Y respecto a Stajanov, solo me gustaría añadir que el récord de extracción de carbón que le valió su condecoración como héroe nacional del trabajo fue tan falso como absurdo (pretendían que él había extraído la misma cantidad de carbón que nueve obreros). Fue solo parte de una campaña de publicidad del Padrecito de todas las Rusias.

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  5. 1. A propósito de Stajanov, David, hay una novela satírica de Vladímir Voinóvich que se llama “Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonchín”, en la que se cuenta una anécdota que viene muy a cuento de lo que estamos hablando. En un artículo se menciona una hazaña de una ordeñadora de vacas. “En él se daba noticia de que Liushka había abandonado los métodos de ordeño heredados de sus mayores, y practicaba uno propio que le permitía manipular cuatro pezones simultáneamente, dos en cada mano […] Invitada a participar en un congreso de koljosianos… manifestó ante los reunidos que a partir de aquel momento las atrasadas técnicas que habían venido empleándose en aquella actividad podían darse por liquidadas para siempre […] A partir de ese momento apenas se volvió a ver a Liushka en su aldea natal. Cuando no tomaba parte en las reuniones del Soviet supremo, intervenía en una conferencia o la convocaban al Kremlin para condecorarla. Liushka accedió entonces a la notoriedad de los grandes. De ella se ocupaban los periódicos, la radio, los reporteros de los documentales cinematográficos... La revista Ogoniok publicó su foto en la portada. Los soldados del Ejército Rojo le hacían propuestas de matrimonio por carta [...] En cuanto a los periodistas, su asedio era constante. Para ellos, Liushka se había convertido en una suerte de prodigioso espécimen de vaca lechera al que se dedican artículos, descripciones y hasta cancioncillas.. [Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonchín. Pags. 188-189, Debolsillo]
    2. A propósito de la campaña de publicidad, Ricardo, en esta misma novela aparece un caso divertidísimo: "Hace no mucho tiempo leía un libro de Nicolai Ostrovski titulado el temple de acero [...] En él se habla de un hombre que, habiendo conocido todas las vicisitudes de la Revolución y la guerra civil,queda privado no solo de los brazos y de las piernas, sino además de la vista. Reducido al lecho por las cadenas de la enfermedad, la fuerza y la bravura que subsisten en este hombre lo llevan a servir a su pueblo y escribe un libro."

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