1. De cómo el Instituto San Antonio pasó a
llamarse Oxforbridge.
Tras cruzar una puerta presidida
por un retrato de San Antonio junto a un cerdo, un burro y una gallina,
entramos en el instituto una mañana de primavera. Como aquel día radiante en
que el pedagogo Benigno Luminoso tuvo aquella idea revolucionaria, la naturaleza se nos insinuaba en cada esquina
con un encanto irresistible. ¿Quién no haría locuras en un entorno así? Sí, en
un día como este, Luminoso hizo algo que a las mentes convencionales les
pareció una locura: abrió las jaulas del zoológico para que los escolares
estudiaran con los animales. ¿Locura? No, un soplo del cielo que le daría la
clave de la revolución educativa. “La naturaleza es sabia”, se dijo. Hay que
reconocer que fue un descubrimiento genial. Este zooinstituto fue el primero
que fundó. Desde entonces los niños han estudiado junto a gorilas, orangutanes,
cacatúas, simios y demás criaturas del Señor. Algunos animales aprenden a leer y
escribir antes que los niños. Y es que los jóvenes aprenden de los animales y
estos se humanizan al entrar en contacto con los hombres.
Gracias al Departamento de Orientación, los docentes ya hace mucho que dejaron
de ser transmisores de conocimientos muertos para convertirse en orientadores.
Y, a decir verdad, que estos hacen mucha falta, porque es fácil desorientarse
por un hábitat lleno de vida como es el zooinstituto. Se necesita ser un
orientador experimentado para
no perderse por este maravilloso hábitat natural. Lejos están aquellos tiempos
oscuros en que los alumnos se sentían constreñidos por un espacio uniforme y rígido; en nuestros días moldean a su
gusto el nuevo entorno interactivo: si una pared no les gusta, la
derrumban; si se sienten acuciados por una urgencia natural, crean sus
propios espacios alternativos
que no reprimen sus impulsos espontáneos (por eso los servicios, los antiguos W.C, han quedado obsoletos: se han
abandonado sus cometidos tradicionales y se decoran con plantas, jaulas, etc.)
El único reparo es que tanta creatividad ha convertido el instituto en
un laberinto. Muchos pasillos están a oscuras. De vez en cuando se adivinan
unos alumnos –un grupo entrañable y
perfectamente integrado de muchachos y simios –que emiten gruñidos y se reúne
en torno a una fogata. Un primate enseña a un torpe cachorro humano a encender
el fuego. El suelo está entreverado de raíces de plantas tropicales, insectos,
víboras y todo tipo de alimañas. Del techo cuelgan botellas con luciérnagas que
iluminan los pasillos de forma natural y no contaminan el medievo
ambiente; aunque a veces esta luz deja mucho que desear. En algunos tramos del
techo, sin ir más lejos, anidan murciélagos a la caza de la criatura
desprevenida. Además, desde que el tuyo
y el mío reaccionarios fueron abolidos, de las taquillas se cuelgan los
orangutanes y en ellas hacen su ovada algunos animales conflictivos, como serpientes y alacranes. Por los pasillos nos
cruzamos con ejemplares de profesor integrado –perdón, de orientador–, aquellos que van
vestidos con traje de camuflaje. Algunos de ellos han adquirido tal habilidad
en este arte que, cuando entran en el aula, algunos alumnos comentan: “¿Quién
es este tipo que se ha colado en la clase?” Eso nos da una idea de hasta qué
punto se ha sabido integrar en el hábitat... Bueno, ya era hora, tras sortear
varios obstáculos, hemos alcanzado
nuestro destino: la puerta del aula. No empujen, por favor, ya sé que están
impacientes por conocer la rica biodiversidad educativa. ¿Qué son esos sonidos
guturales que se escuchan dentro? ¿Están haciendo una demostración de destrezas y habilidades? Uno de los lemas de Luminoso era: conocimientos para la vida. Gracias a sus aportaciones, las
habilidades específicas reemplazaron a los conocimientos generales. Por
ejemplo, es obvio que encender fuego o tallar una piedra son más útiles para la
vida que las propiedades del hidrógeno o las leyes de termodinámica, meras
abstracciones que no sirven para nada. Pero los modernos logros han superado
sus sueños más optimistas. Si hoy levantara la cabeza, se sentiría orgulloso de
los avances educativos... Eso nos trae sin cuidado, me recriminarán, te estás
yendo por las ramas, ¡nos quieres decir qué diablos se escucha dentro del aula!
No insistan, se lo desvelaré. Nada menos que la asignatura estrella: Gritos, gruñidos y sonidos de la selva.
Lamento decir que los animales aventajan a los cachorros humanos en esta
materia. Esta asignatura llena de vida entusiasma a los estudiantes y no las
aburridas materias tradicionales. El estudio de las lenguas ha sido sustituido
por el de los sonidos de la selva. Esto resulta más práctico, porque el
lenguaje onomatopéyico es el verdadero esperanto de la humanidad; además
presenta la ventaja de que puede unir a animales y hombres. En el
paraíso se entendían animales y hombres. Al compartir una lengua común, se
asemejan las personas a Dios. Pero, ¡ay! Somos limitados seres humanos y siento
decir que pocos profesores están
preparados para esta labor multidisciplinar y multicultural. Estos, por
desgracia, conservan prejuicios de la vieja escuela y están muy desorientados.
Por suerte, esto será subsanado en el futuro por orientadores orangutanes que
les enseñarán a los alumnos destrezas específicas y no conocimientos abstractos
que nada tienen que ver con la vida diaria. Y es que, en las clases, los
jóvenes humanos se quedan deslumbrados por la energía del macho alfa orangután:
su forma expeditiva de ligar con las chicas; su eficacia en la resolución de
conflictos y su gran pericia para zanjar el diálogo con monosílabos, una o dos
miraditas hoscas y algún que otro sopapo cariñoso. No es de extrañar, pues, que
ante semejante paraíso educativo el centro se haya convertido en un espacio
lúdico donde los alumnos deseen permanecer las veinticuatro horas del día,
trescientos sesenta y cinco días al año, con gran pesar por parte de los
padres.
El corazón del zooinstituto,
como decíamos, es el Departamento de Orientación. Si nos dirigimos a su puerta,
lo primero que veremos es un lema, una sutil paradoja que deslumbra a docentes
y foráneos: Lejos del aula, cerca del
alumno. Ya lo dijo Benigno Luminoso: un exceso de realidad puede ser
pernicioso para la salud. En el departamento se desarrolla a diario un
frenético trajín, los pedagogos no paran de moverse de un lado a otro, haciendo
fotocopias y emborronando gruesas agendas, donde plasman sus hallazgos. Prueba
de ese dinamismo son unos voluminosos libros, auténtico vademécum de la
erudición pedagógica, que se esconden bajo siglas indescifrables que aglutinan
el porvenir de los alumnos: P.G.C., P.O.D. y G.A.C. Su espíritu laborioso no decae en estos tiempos. Día
y noche trabajan para forjar un futuro radiante para nuestros hijos. Cuando
entramos dentro, la jefa del Departamento, Gloria Cárdenas, está escribiendo
una circular sobre los Derechos
y deberes de los animales multicelulares. Luego tacha lo escrito, se lo
piensa mejor y añade: Derechos y deberes
de los seres multicelulares, porque las plantas son seres vivos.
Pero tampoco está satisfecha y rectifica: Derechos
y deberes de los seres uni y multicelulares. “Sí –se dice–. Así está bien.” El texto comienza así: “Queridos seres uni y multicelulares. Me es
grato comunicaros que gozáis de unos derechos. Os escribo para informaros de
cada uno de ellos.”
Tras despachar esta tarea, la
pedagoga Cárdenas está agotada por el esfuerzo y tiene el cabello un poco
alborotado. Este es un florero de topos y moños que se entrelazan con armonía.
Se saca una horquilla y, mirándose al espejo, coloca varios postizos en su
sitio. Respira hondo por el ajetreo. Se ha puesto de mal humor. Antes, con
aquellas greñas, se había mirado al
espejo y por un momento le había parecido ver a Semíramis, la pitonisa. Ha
intentado distanciarse de esa tipeja, pero la gente es mala y asegura que se
parecen mucho. Ambas son rubias oxigenadas y
casi gemelas; solo que la pedagoga tiene clase y lleva el pelo
recogido, en tanto la pitonisa Semíramis luce unas guedejas leoninas que
enmarcan unos ojos muy tiznados. La pedagoga va vestida con trajes de chaqueta
Chretien Thior, mientras que esa
suele ponerse vestidos estrafalarios con dorados y calza unas babuchas con
borlas amarillas. ¡Dios, qué cruz! La gente se pasa la vida comparándola
con esa embaucadora. Circula incluso una broma en la que ella y Semíramis son
hijas del mago Alcadín. Lo más desagradable es que en el
chascarrillo ella sale muy mal parada, pues se asegura que es hija ilegítima
del mago. ¡Ella, que creció en una de las mejores familias de la capital!
¡Ella, que se educó en internados selectos y estudió en la exclusiva universidad de San
Berdolfino! ¡Hasta ahí podríamos llegar!
“¡Bueno, es tan evidente que esa
impresentable y yo no tenemos nada en común, que no tengo por qué sulfurarme!”.
Durante media hora rellena documentos en los que nos ha parecido distinguir
palabras deslumbrantes como Criterios de
Superexcelencia, Calidad Superior Educativa, Biodiversidad Educativa,
Currículum Ludicoeducativo, Reciclaje
Psíquicomental (que precede al Reciclaje
Psicolaboral, versión científica de mito de Proteo). Este
trabajo le devuelve el buen humor y es el momento para su proyecto más
ambicioso, un asunto bastante peliagudo: cambiar el nombre del instituto por
Oxforbridge.
El actual no tiene nada de malo,
mas corren nuevos tiempos y hay que saber venderse. Una buena marca es
fundamental. Supone financiación, mejora de instalaciones y una avalancha de
dinero.
No nos engañemos, San Antonio
suena pobretón. Nadie querría gastarse dinero en un centro que se
llamara así. Oxforbridge tiene gancho y
venderá más entre los padres y alumnos. Supondrá un revulsivo en los criterios
de excelencia tradicionales. Es
una provocación por parte de la
pedagoga un bautismo que se asocia con
la enseñanza clasista y reaccionaria. Pero de eso se trata precisamente, de dar
una patada en las posaderas a esos engreídos aristócratas. Nosotros les
demostraremos lo que es la genuina superexcelencia
educativa. Sería conveniente, por si las moscas, contratar a un cursi como
tapadera. No daría clases, sería solo un reclamo, una especie de relaciones
públicas.
Este nombre, Oxforbridge, se lo
ha inspirado los paseos poéticos en barca por el lago con el señor Moldes, más
conocido como el señor Magoo.
El profesor les leía poesías a los alumnos, cuando estos paseaban en barca. Pero,
para que lo entiendan bien, hemos de comenzar por el principio.
En el patio del zooinstituto hay
un “lago” repleto de desperdicios que conecta
con la fosa séptica. Algunos científicos aventuran que en las
profundidades del primero habitan especies animales aún por descubrir. En
principio era solo un gran socavón que el ayuntamiento excavó para echar los
cimientos de un nuevo edificio, un búnker de gran hondura. Y aquí interviene el
azar, aunque algunos dicen que
una mano providencial lo coordinó todo. Si no se lo creen, echen una ojeada a los hechos: primero unos
alumnos destrozaron la fosa séptica y varias cañerías del centro; unos días más
tarde, un seísmo ahondó la fosa hasta profundidades abismales y, por último,
unas lluvias torrenciales de agua, peces, ranas, cangrejos, anguilas,
renacuajos, caracoles, lombrices y larvas de mosca cayeron milagrosamente de
las nubes; todo esto se aunó para crear una maravilla hidráulica y genética.
Los animales que portaba la lluvia, al contactar con las aguas residuales, se
convirtieron en especies mutantes. Por si esto no bastara, algunos alumnos
echaron a sus mascotas de cocodrilo y serpientes al fondo, por lo que hoy en
día disfrutamos de su compañía. Las autoridades municipales, tras este don del cielo, decidieron aprovechar
el nuevo hábitat natural y renunciaron a construir el búnquer.
Esto, me dirán, nos explica la
formación del lago, pero no los paseos poéticos en barca. Tengan un poco
de paciencia, hay todavía un largo
camino por recorrer. No fue una tarea fácil que estos fueran un éxito. Mucho
antes de que esta joya de la naturaleza naciera por arte de birlibirloque, los orientadores llevaban tiempo intentando romper el entorno asfixiante de los
institutos conservadores; este fue el origen de las Aulas Naturales. El proyecto era un golpe maestro a la escuela
conservadora, en el que se invirtieron muchas investigaciones y tesis
doctorales: se pretendía que los profesores impartieran sus clases no en las
aulas ordinarias, sino en ambientes menos hostiles, más naturales y lúdicos,
como las copas de los árboles –el subir a un árbol ya es un sabio aprendizaje–
o en los cocoteros y plataneros. De pronto, en el momento álgido de la polémica
pedagógica, surge el lago y una nueva Aula Natural se nos ofrece como una oportunidad
de oro. Me gustaría decir que los alumnos aprovecharon este prodigio, pero no
sería justa mi afirmación. Al principio no tuvo mucho éxito. Los alumnos
paseaban en barca, mientras el profesor les desgranaba migajas de su
sabiduría. Ellos no sabían apreciar esos vastos conocimientos; se tapaban la
nariz y decían que tenían miedo a hundirse en sus profundidades asquerosas y
malolientes. Ya se habían ahogado varios alumnos en estas aguas putrefactas y
nadie los había visto nunca aflorar a la superficie. Por ello, los paseos en
barca se fueron espaciando cada vez más. Entonces, cuando ya lo dábamos todo
por perdido, apareció el señor Moldes, más conocido como el señor Magoo. Nadie sabía de dónde salió, nadie preguntó. Cuando un tipo se
mete voluntariamente en un aula a dar clases, no le hacemos preguntas, siempre
es bien recibido. Ya he dicho que apenas sabemos nada, solo lo que él, muy
parco en palabras, nos contó. Diré en principio que era un profesor filantrópico y muy despistado, por lo que lo apodaban señor Magoo. Llevaba unas gafas de
culo de vaso, un regalo de un mago de la ciencia, el doctor Tuhmahul, quien
tras operarlo y dejarlo más ciego de lo que estaba le regaló unos anteojos para
que viera mejor, –“una verdadera antigüedad, señor, una
joya que perteneció al relojero del emperador”–, y un sonetón, aunque
seguía sin ver ni oír. No se puede
decir, sin embargo, que Magoo fuera un hombre desagradecido, pues pese a
quedarse más ciego por el desastre, seguía venerando a su salvador: “He visto
una nueva luz”, decía Magoo y
citaba además con desenvoltura pasajes de la Biblia: “Si a tu ojo derecho no le
gusta lo que ve el izquierdo, arráncatelo... Si tus ojos y brazos son un
obstáculo para tu salvación, arráncatelos.” (¿Eso último es de la Biblia?) Es
innegable que el doctor hacía milagros. Él no era un médico vulgar, porque sus
pacientes, tras pasar por sus manos, se sentían inspirados por una nueva luz.
No exageraríamos al afirmar que él iluminaba por completo sus vidas.
Magoo transmitió algo de su iluminación a sus alumnos, porque
desde el principio gozó de carisma entre ellos. Este se debía a que trajo
consigo dos libros de poesía. Los profesores ya habían renunciado a impartir
clases en las Aulas Naturales y, de pronto, aquel Rompetechos con sus gafas culo de vaso, que organiza destrozos allá
por donde pasa, convence a alumnos revoltosos para que se embarquen en un
recital poético por el lago. El trino de los pájaros del software Singingbirdpower junto al aromatizador
informático aromaticflowerspower,
que intenta anular la fetidez de las aguas, acompañan su recital poético. Él suele decir: “Campoamor nunca falla” o “Los veo un poco tensos.
Ahora Ralpho Alberdini (“Marinerito de agua dulce”) romperá el hielo”. No
dudamos de la influencia de la poesía sobre los jóvenes, mas nuestro instinto
nos sugiere que estos ponen a prueba a Magoo,
realizando travesuras a
sus espaldas o incluso delante de sus narices. En estos momentos, por ejemplo,
en que está recitando a Campoamor, dos orangutanes, que nunca habían demostrado
interés por la poesía ni por ninguna materia excepto el canto de la selva, han cogido a un
alumno muy bajito, casi un enano, y lo han lanzado al agua como señuelo. Por
ahora no han pescado nada, pero están muy esperanzados; porque acaban de
internarse por una zona muy prometedora. Justo aquí el otro día avistaron unos
caimanes y, un poco más abajo, unas extrañas pirañas comedoras de excrementos.
Por eso mismo acaban de embadurnar su anzuelo con guano, aunque el intenso
hedor no se percibe tanto gracias al aromaticflowerspower. ¡Cuidado, Magoo
se ha dado cuenta de que están pescando! No hay problema, este se sonríe al contemplar la inocente
actividad de sus alumnos y piensa: “¡Qué cuadro tan idílico, digno del Perfecto pescador de caña! Mientras
recito unos versos, ellos cultivan un deporte afín a la poesía como la pesca.
¡Y pensar que los consideran unos alumnos revoltosos!” No habían pasado ni dos semanas desde el inicio de
los paseos poéticos, cuando algunos profesores comentaron admirados: “¡Cuánto
ha crecido la población! Hace unos meses aún se veían alumnos bajitos en el
zooinstituto. Ahora solo nos encontramos jóvenes altos y fuertes. ¿Qué les
darán? ¿Vitaminas? ¿Es otro de los logros de la nueva política educativa?”
Ni que decir tiene que estos
paseos fueron un éxito. De la noche a la mañana el centro se transformó en un
paraíso y ni siquiera pequeños tropiezos, como el de la desaparición de
estudiantes bajitos, rompieron este
ambiente idílico. Al mismo tiempo,
la pesca se convirtió en uno de los hobbies favoritos. El Gabinete de Maravillas la señaló como uno de los éxitos
de la enseñanza integrada.
Nunca habían visto a los alumnos díscolos tan eufóricos. El informe reza así:
“Uno de los resultados es el interés de los jóvenes por la poesía. Pero solo
les gusta el recital, siempre y cuando paseen en barca por el lago. Amén del
placer por la poesía, la biblioteca, antes desierta, se ha llenado de alumnos
que devoran libros. Si bien sus lecturas son monotemáticas: el arte de la pesca
y, en particular, la captura de caimanes, pirañas, tiburones. Además,
últimamente los alumnos demandan un tema distinto, el arte de la caza, lo que
nos inclina a pensar que sus aficiones llegarán a incluir todos los géneros. De
hecho, algunos muchachos se han interesado por la obra de genios como Spencer,
Darwin y el conde de Gobineau...”
Y entonces a Gloria Cárdenas, con su fino
instinto comercial, se le ocurre cómo sacar partido a estos paseos poéticos. ¿A
qué les recuerdan? Un poco de cultura, por favor, no sean paletos. En un rincón
de la vieja Inglaterra los jóvenes solían cortejar a las muchachas en
románticos paseos en barca. Son dos universidades en donde se celebraban
regatas. Oxforbridge. Sí, desde ahora nuestro zooinstituto se llamará así.
Oh, gran lumen de la pedagogía, te auguro un gran futuro en el ministerio o conselleria del ramo, dedicado de lleno al diseño y elaboración de los nuevos currículum, incluidos, claro, los de la EOI (Por ejemplo, los del A1, A2, B1... C-2 de "Onomatopeyas para el mundo postcontemporáneo").
ResponderEliminarHay tanta luz y sabiduría en las propuestas de Oxfordbridge, que he de leer tu artículo con gafas de sol.
Las gafas de sol, oh discípulo aventajado de Benigno Luminoso, no te harán falta, porque, tras la lectura de este capítulo, he visto como te salía de la cabeza un halo de luz que promete convertirse en aura, en corona de divina sapiencia piscopedagógica.
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