2. Un
descubrimiento arqueológico.
Sin embargo, un obstáculo se iba
a interponer en los planes de Gloria Cárdenas. Recordarán que en el origen de
Oxforbridge la lluvia actuó como maná caído del cielo. Pues bien, esto no
bastó. Se necesitó un terremoto que agrietara el terreno y ensanchase el
socavón para que este abrazara las
aguas del lago. No obstante, si el destino abre una puerta, destapa a veces la
caja de Pandora. En el suelo del antiguo gimnasio, el temblor produjo una
brecha, en cuyo fondo se adivinaba un mundo en tinieblas.
Al comienzo de esta historia, tres alumnos de doce años estaban
contemplando la grieta sin saber qué hacer. Uno de ellos era grasiento y
cachazudo, y por su debilidad por el tocino lo llamaban Lechoncillo; el otro,
Saúl, era delgado y nervioso, moreno con un tupé rubio en la frente y su viveza
se transmitía a todo su cuerpo y a su pronta sonrisa; el último respondía al
nombre de Jorge.
Cuando tras muchas vacilaciones
se disponían a entrar, una ráfaga les cruzó el rostro y les caló hasta los
huesos. Las velas parpadearon moribundas.
En la puerta del gimnasio, una
mujer espectral. No la habían oído llegar. Nunca la habían visto. Esta se
santiguó asustada y les advirtió del peligro: “Aquí pasan cosas terribles”.
“¿Qué cosas”, replicó uno de los chicos. La estantigua calló unos segundos y
añadió titubeante y lívida: “Fantasmas.” Y les contó en susurros que algunas
noches el espíritu de Usthiasuk
despertaba del sueño de la muerte para asustar a los alumnos desprevenidos.
Ella los veía luego con el gesto descompuesto.
Uno de los niños preguntó quién era Usthiasuk. Ella no contestó y huyó
despavorida. Eso bastó para picarles la curiosidad y estos se introdujeron por
la grieta. Nada más descolgarse, un aire fétido les acarició. Acto seguido se
internaron por un pasadizo y, a la pálida luz de las velas, se toparon con
basura y ratas. Tras media hora de camino estaban a punto de abandonar, cuando
una brizna de aire apagó los pabilos y escucharon un “¡Ay!” Con el brazo
tembloroso, Jorge encendió su vela y a trompicones las de los otros.
Lechoncillo se había dado un golpe con algo duro. Jorge dijo: “Se ha dado con
una piedra”. Saúl no contestó y sacó varios productos de la mochila. Limpió primero la piedra con un trapo y luego la
frotó con el limpia bronces Bruño. De
pronto surgió un rostro despiadado en un bajorrelieve. Saúl invirtió unos diez
minutos en limpiar la placa y leyeron debajo del busto: Escuela Superior Usthiasuk. Saúl, con una sonrisa, les dijo: “¿Qué os había dicho?” Con una
navaja hurgó en la pared y una puerta se perfiló. Iban a derribarla, mas no fue
necesario: se caía a pedazos. Al romperla accedieron a un aula prehistórica.
Las maravillas que vieron les dejaron sin habla. El profesor estaba momificado
y alrededor de su cadáver habían crecido enredaderas y telarañas. Los
esqueletos de los estudiantes aún permanecían en los pupitres. Todo apuntaba a
que les pilló la catástrofe mientras estaban dando clase y a que no se movieron
de su sitio, porque no había sonado la campana. El aula se encontraba, a pesar
de la tragedia, en muy buen estado –los pupitres estaban impecables, las
paredes y el suelo limpios de papeles, plásticos, bocadillos, pipas, chicles y
basura– y el esqueleto de un niño aún sostenía una tiza que apoyaba en la
pizarra. Todavía se podía ver el galimatías que estaba resolviendo cuando les
sorprendió el desastre. Los corchos
estaban llenos de jeroglíficos. Por aquella época el director Usthiasuk, un ucraniano de rostro
anguloso y cadavérico que parecía la viva imagen de Jack Palance, era el terror
de los estudiantes. Durante muchos años se rumoreó que su fantasma se aparecía
a los alumnos díscolos para darles algún que otro sustito.
¡Qué lejos estaban de imaginar
que este hallazgo arqueológico destruiría el modelo de concordia creado por
Benigno Luminoso y Gloria Cárdenas! La directiva del Centro intentó echar
tierra al asunto. Mas fue imposible silenciar que debajo de este modernísimo centro yacían las ruinas del viejo instituto;
era un hecho que lo habían construido sobre los restos del viejo. La situación
se agravó cuando, unos días después, los jóvenes arqueólogos hallaron el cadáver momificado de Usthiasuk y el terror se apoderó de orientadores y estudiantes. ¿Volvería
la época oscura en que reinó este personaje retrogrado y nada dialogante?
¿Retornarían los tiempos crueles del faraón
–era el mote de Usthiasuk– con sus profesores patibularios que lo
secundaban repartiendo tortazos a diestro y siniestro entre el personal? El
descubrimiento de la momia creó un
conflicto: la fascinación por los mundos antiguos imbuyó en profesores y
alumnos ideas retrógradas, nostalgia de un pasado caduco, y algunos
reaccionarios plantearon que se reabrieran los zoológicos y que volvieran a encerrar
en ellos a los orangutanes, simios, tigres, alacranes, escorpiones y serpientes
del pueblo del Señor. Algunos profesores cavernícolas, en el colmo del
desconcierto, llegaron más lejos: propusieron dinamitar ese templo del saber
que era el Colegio de Piscopedagogía.
Templo que escondía los arcanos de una ciencia piscatoria y anagógica solo para
iniciados. Si este desapareciera y toda su imponderable sabiduría se
perdiera, tipos como el tétrico director Usthiasuk volverían. La enseñanza dejaría de ser
científica para retornar a los tiempos medievales. Educar sin una base
científica y sin fantasía es letra muerta. Lo que supondría el triunfo
del tedio y de una enseñanza unidireccional,
sin diálogo ni enriquecimiento mutuo. Y lo que buscábamos era un aprendizaje,
cuyo protagonista fuera el ser humano y no las vitrinas de los museos con sus
animales, objetos y conceptos muertos.
Por desgracia, el tiempo vino a
confirmar los temores. No tardó en extenderse la leyenda de la momia. Los
jóvenes arqueólogos fueron los primeros en sucumbir a su maleficio. Jorge se
resbaló cuando bordeaba el lago y se ahogó; Lechoncillo se atragantó con unas longanizas: en su delirio
las confundió con dos dedos putrefactos que se le colaron en el gaznate
provocándole la asfixia.
Lo más grave era que esta
superchería amenazaba un proyecto educativo aún más revolucionario
para Oxforbridge: la integración en un mismo espacio multidisciplinar del zoo, el instituto, el centro
bacteriológico, el jardín botánico, el psiquiátrico y la escuela de tiro. ¿Les
sorprende? Cómo se nota que no están al tanto de los avances científicos. En el
centro bacteriológico, incorporado al zooinstituto, los jóvenes desarrollarían
de forma natural la inmunidad contra los gérmenes y no a través de fármacos que
destruían sus defensas y contaminaban el ambiente. El jardín botánico había
crecido espontáneo desde que los alumnos, inspirados por las nuevas
teorías, se habían vuelto más creativos acumulando en el suelo un humus natural, fermento idóneo para
la generación de las plantas. Por lo que respecta al psiquiátrico, no olvidemos
que, gracias a esta nueva pedagogía, los enfermos fueron considerados simples
inadaptados a la sociedad reaccionaria que podían estudiar en cualquier centro
educativo. De hecho, se les aceptó con entusiasmo; prueba de ello es que los
alumnos comentaron al conocerlos: ¡qué
tipos tan divertidos! ¿Y qué decir de la escuela de tiro? Muchos jóvenes
corearon eufóricos: ¡Qué emocionante! ¡Por fin, algo realmente útil para la
vida!
Un reportero, conocido
libelista, aseguró que no había vuelta atrás en la Nueva Política de Integración Educativa, porque habían cerrado el
zoo, el centro bacteriológico y el manicomio, y en su lugar habían construido
unos complejos residenciales. ¡Qué poca vergüenza! ¡Qué falta de ética
profesional! Por fortuna, los canallas no siempre quedan impunes. Las
autoridades se indignaron y este dimitió tras desmentir el bulo. Fue un momento
de crispación felizmente superado.
A pesar de esto, nos corroía la
duda de si este Nuevo Proyecto Educativo,
llegaría a vencer los obstáculos del Reino
de las Tinieblas. Para acabar con la maldición de la momia,
primero había que desenmascarar a Usthiasuk. Uno de los mayores atractivos de
la tumba eran los jeroglíficos de las pizarras y las paredes de las aulas
aledañas. Se habló del Lenguaje secreto
del faraón y ello le confirió un aura de misterio. Cientos de alumnos y
algunos orientadores despistados desfilaban a diario para contemplar esos
signos enigmáticos. En tal emergencia, no se reparó en gastos para que especialistas en cultos mistéricos
desentrañaran su significado oculto.
Tras examinar los jeroglíficos, el doctor Kamelinsky, autor de El Libro secreto de los códigos
criptomistéricos, dio en la
diana al señalar que: “Todo significado remite al referente. Ahora bien, si
tenemos en cuenta la relatividad singular, no hay dos espectadores que
contemplen un significado desde el mismo ángulo. Se le puede contemplar desde
arriba, desde abajo, desde detrás del concepto mismo o desde la ecuación
espacio tiempo del contexto. No olvidemos tampoco el principio de
incertidumbre. No hay dos conceptos que se estén quietos en un mismo sitio
dentro del Milieu. Lo que nos conduce
a las preguntas cruciales: ¿Cuál es el verdadero referente? ¿Tiene algún
significado?” Por su parte, un tal Grillot, especialista en aportar un poco de
luz a oscuros arcanos, apuntó en su obra Metaciencia
y Pseudociencia: “El significado siempre está afuera, porque es lo que se
piensa desde fuera. Y lo que piensa afuera es lo que es y no es pensado de la cosa en sí y fuera de sí...” No hay
duda de que gracias a estos brillantes precursores, como los dos expertos,
llegaron a descifrar los supuestos jeroglíficos, que se redujeron a minucias
criptográficas: problemas de trigonometría y textos en latín, griego y hebreo.
Bueno, tal vez fuera mejor dejar a un lado el lenguaje secreto de Usthiasuk. Se
pensó que los alumnos habían sido víctimas de una mascarada. Esta tesis
presentaba un inconveniente. Se trataría, sin duda, de una burla cruel, porque había dos
muertos. Sí, estos hacían que la cripta inspirará respeto y que se la tomara
muy en serio.
¿Quién había sembrado esta
confusión? Para desvelarlo, viajaremos
unas semanas antes del hallazgo arqueológico. A la época en que unos
conspiradores se reunieron en una consulta médica para destruir el espíritu de
Oxforbridge.
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