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martes, 17 de mayo de 2016

Oxfordbrigde. El teatro de las maravillas 2.


2. Un descubrimiento arqueológico.

Sin embargo, un obstáculo se iba a interponer en los planes de Gloria Cárdenas. Recordarán que en el origen de Oxforbridge la lluvia actuó como maná caído del cielo. Pues bien, esto no bastó. Se necesitó un terremoto que agrietara el terreno y ensanchase el socavón  para que este abrazara las aguas del lago. No obstante, si el destino abre una puerta, destapa a veces la caja de Pandora. En el suelo del antiguo gimnasio, el temblor produjo una brecha, en cuyo fondo se adivinaba un mundo en tinieblas.
 Al comienzo de esta historia, tres alumnos de doce años estaban contemplando la grieta sin saber qué hacer. Uno de ellos era grasiento y cachazudo, y por su debilidad por el tocino lo llamaban Lechoncillo; el otro, Saúl, era delgado y nervioso, moreno con un tupé rubio en la frente y su viveza se transmitía a todo su cuerpo y a su pronta sonrisa; el último respondía al nombre de Jorge.
Cuando tras muchas vacilaciones se disponían a entrar, una ráfaga les cruzó el rostro y les caló hasta los huesos. Las velas parpadearon moribundas.
En la puerta del gimnasio, una mujer espectral. No la habían oído llegar. Nunca la habían visto. Esta se santiguó asustada y les advirtió del peligro: “Aquí pasan cosas terribles”. “¿Qué cosas”, replicó uno de los chicos. La estantigua calló unos segundos y añadió titubeante y lívida: “Fantasmas.” Y les contó en susurros que algunas noches el espíritu de Usthiasuk despertaba del sueño de la muerte para asustar a los alumnos desprevenidos. Ella los veía luego con el gesto descompuesto.  Uno de los niños preguntó quién era Usthiasuk. Ella no contestó y huyó despavorida. Eso bastó para picarles la curiosidad y estos se introdujeron por la grieta. Nada más descolgarse, un aire fétido les acarició. Acto seguido se internaron por un pasadizo y, a la pálida luz de las velas, se toparon con basura y ratas. Tras media hora de camino estaban a punto de abandonar, cuando una brizna de aire apagó los pabilos y escucharon un “¡Ay!” Con el brazo tembloroso, Jorge encendió su vela y a trompicones las de los otros. Lechoncillo se había dado un golpe con algo duro. Jorge dijo: “Se ha dado con una piedra”. Saúl no contestó y sacó varios productos de la mochila. Limpió primero la piedra con un trapo y luego la frotó con el limpia bronces Bruño. De pronto surgió un rostro despiadado en un bajorrelieve. Saúl invirtió unos diez minutos en limpiar la placa y leyeron debajo del busto: Escuela Superior Usthiasuk.  Saúl, con una sonrisa, les dijo: “¿Qué os había dicho?” Con una navaja hurgó en la pared y una puerta se perfiló. Iban a derribarla, mas no fue necesario: se caía a pedazos. Al romperla accedieron a un aula prehistórica. Las maravillas que vieron les dejaron sin habla. El profesor estaba momificado y alrededor de su cadáver habían crecido enredaderas y telarañas. Los esqueletos de los estudiantes aún permanecían en los pupitres. Todo apuntaba a que les pilló la catástrofe mientras estaban dando clase y a que no se movieron de su sitio, porque no había sonado la campana. El aula se encontraba, a pesar de la tragedia, en muy buen estado –los pupitres estaban impecables, las paredes y el suelo limpios de papeles, plásticos, bocadillos, pipas, chicles y basura– y el esqueleto de un niño aún sostenía una tiza que apoyaba en la pizarra. Todavía se podía ver el galimatías que estaba resolviendo cuando les sorprendió  el desastre. Los corchos estaban llenos de jeroglíficos. Por aquella época el director Usthiasuk, un ucraniano de rostro anguloso y cadavérico que parecía la viva imagen de Jack Palance, era el terror de los estudiantes. Durante muchos años se rumoreó que su fantasma se aparecía a los alumnos díscolos para darles algún que otro sustito. 

¡Qué lejos estaban de imaginar que este hallazgo arqueológico destruiría el modelo de concordia creado por Benigno Luminoso y Gloria Cárdenas! La directiva del Centro intentó echar tierra al asunto. Mas fue imposible silenciar que debajo de este modernísimo centro yacían las ruinas del viejo instituto; era un hecho que lo habían construido sobre los restos del viejo. La situación se agravó cuando, unos días después, los jóvenes arqueólogos hallaron el cadáver momificado de Usthiasuk y el terror se apoderó de orientadores y estudiantes. ¿Volvería la época oscura en que reinó este personaje retrogrado y nada dialogante? ¿Retornarían los tiempos crueles del faraón –era el mote de Usthiasuk– con sus profesores patibularios que lo secundaban repartiendo tortazos a diestro y siniestro entre el personal? El descubrimiento de la momia creó un conflicto: la fascinación por los mundos antiguos imbuyó en profesores y alumnos ideas retrógradas, nostalgia de un pasado caduco, y algunos reaccionarios plantearon que se reabrieran los zoológicos y que volvieran a encerrar en ellos a los orangutanes, simios, tigres, alacranes, escorpiones y serpientes del pueblo del Señor. Algunos profesores cavernícolas, en el colmo del desconcierto, llegaron más lejos: propusieron dinamitar ese templo del saber que era el Colegio de Piscopedagogía. Templo que escondía los arcanos de una ciencia piscatoria y anagógica solo para iniciados. Si este desapareciera y toda su imponderable sabiduría se perdiera, tipos como el tétrico director Usthiasuk  volverían. La enseñanza dejaría de ser científica para retornar a los tiempos medievales. Educar sin una base científica y sin fantasía es letra muerta. Lo que supondría el triunfo del tedio y de una enseñanza unidireccional,  sin diálogo ni enriquecimiento mutuo. Y lo que buscábamos era un aprendizaje, cuyo protagonista fuera el ser humano y no las vitrinas de los museos con sus animales, objetos y conceptos muertos.
Por desgracia, el tiempo vino a confirmar los temores. No tardó en extenderse la leyenda de la momia. Los jóvenes arqueólogos fueron los primeros en sucumbir a su maleficio. Jorge se resbaló cuando bordeaba el lago y se ahogó; Lechoncillo se  atragantó con unas longanizas: en su delirio las confundió con dos dedos putrefactos que se le colaron en el gaznate provocándole la asfixia.
Lo más grave era que esta superchería amenazaba un proyecto educativo aún más revolucionario para Oxforbridge: la integración en un mismo espacio multidisciplinar del zoo, el instituto, el centro bacteriológico, el jardín botánico, el psiquiátrico y la escuela de tiro. ¿Les sorprende? Cómo se nota que no están al tanto de los avances científicos. En el centro bacteriológico, incorporado al zooinstituto, los jóvenes desarrollarían de forma natural la inmunidad contra los gérmenes y no a través de fármacos que destruían sus defensas y contaminaban el ambiente. El jardín botánico había crecido espontáneo desde que los alumnos, inspirados por las nuevas teorías, se habían vuelto más creativos acumulando en el suelo un humus natural, fermento idóneo para la generación de las plantas. Por lo que respecta al psiquiátrico, no olvidemos que, gracias a esta nueva pedagogía, los enfermos fueron considerados simples inadaptados a la sociedad reaccionaria que podían estudiar en cualquier centro educativo. De hecho, se les aceptó con entusiasmo; prueba de ello es que los alumnos comentaron al conocerlos: ¡qué tipos tan divertidos! ¿Y qué decir de la escuela de tiro? Muchos jóvenes corearon eufóricos: ¡Qué emocionante! ¡Por fin, algo realmente útil para la vida!
Un reportero, conocido libelista, aseguró que no había vuelta atrás en la Nueva Política de Integración Educativa, porque habían cerrado el zoo, el centro bacteriológico y el manicomio, y en su lugar habían construido unos complejos residenciales. ¡Qué poca vergüenza! ¡Qué falta de ética profesional! Por fortuna, los canallas no siempre quedan impunes. Las autoridades se indignaron y este dimitió tras desmentir el bulo. Fue un momento de crispación felizmente superado.
A pesar de esto, nos corroía la duda de si este Nuevo Proyecto Educativo, llegaría a vencer los obstáculos del Reino de las Tinieblas. Para acabar con la maldición de la momia, primero había que desenmascarar a Usthiasuk. Uno de los mayores atractivos de la tumba eran los jeroglíficos de las pizarras y las paredes de las aulas aledañas. Se habló del Lenguaje secreto del faraón y ello le confirió un aura de misterio. Cientos de alumnos y algunos orientadores despistados desfilaban a diario para contemplar esos signos enigmáticos. En tal emergencia, no se reparó en gastos para que especialistas en cultos mistéricos desentrañaran su significado  oculto. Tras examinar los jeroglíficos, el doctor Kamelinsky, autor de El Libro secreto de los códigos criptomistéricos, dio en la diana al señalar que: “Todo significado remite al referente. Ahora bien, si tenemos en cuenta la relatividad singular, no hay dos espectadores que contemplen un significado desde el mismo ángulo. Se le puede contemplar desde arriba, desde abajo, desde detrás del concepto mismo o desde la ecuación espacio tiempo del contexto. No olvidemos tampoco el principio de incertidumbre. No hay dos conceptos que se estén quietos en un mismo sitio dentro del Milieu. Lo que nos conduce a las preguntas cruciales: ¿Cuál es el verdadero referente? ¿Tiene algún significado?” Por su parte, un tal Grillot, especialista en aportar un poco de luz a oscuros arcanos, apuntó en su obra Metaciencia y Pseudociencia: “El significado siempre está afuera, porque es lo que se piensa desde fuera. Y lo que piensa afuera es lo que es y no es pensado de la cosa en sí y fuera de sí...” No hay duda de que gracias a estos brillantes precursores, como los dos expertos, llegaron a descifrar los supuestos jeroglíficos, que se redujeron a minucias criptográficas: problemas de trigonometría y textos en latín, griego y hebreo. Bueno, tal vez fuera mejor dejar a un lado el lenguaje secreto de Usthiasuk. Se pensó que los alumnos habían sido víctimas de una mascarada. Esta tesis presentaba un inconveniente. Se trataría, sin duda, de una burla cruel, porque había dos muertos. Sí, estos hacían que la cripta inspirará respeto y que se la tomara muy en serio.
¿Quién había sembrado esta confusión? Para desvelarlo, viajaremos  unas semanas antes del hallazgo arqueológico. A la época en que unos conspiradores se reunieron en una consulta médica para destruir el espíritu de Oxforbridge.

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